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Del control social al control genético. Pandemia, autoritarismo y resistencias sociales
Do controle social ao controle genético. Pandemia, autoritarismo e resistência social
From social control to genetic control. Pandemic, authoritarianism, and social resistance
Revista nuestrAmérica, vol. 10, núm. 19, e6374018, 2022
Ediciones nuestrAmérica desde Abajo

Dossier: Un virus recorre el mundo: Entre desigualdades y resistencias sociales del siglo XXI

Esta obra podrá ser distribuida y utilizada libremente en medios físicos y/o digitales. La versión de distribución permitida es la publicada por Revista nuestrAmérica (post print). Su utilización para cualquier tipo de uso comercial queda estrictamente prohibida

Recepción: 09 Febrero 2022

Aprobación: 28 Febrero 2022

Publicación: 21 Marzo 2022

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.6374018

Resumen: La pandemia del coronavirus provocó una incertidumbre generalizada, al extremo de haber paralizado el aparato productivo a escala planetaria. Pocas veces el capitalismo ha experimentado una crisis tan compleja. Luego de dos años de emergencia sanitaria, todavía no se sabe a ciencia cierta cuál es la situación real y la evolución posible de la pandemia. Al contrario de lo que pregonan los devotos del neoliberalismo, el fin de la historia terminó siendo la metáfora de la inviabilidad del capitalismo. Las respuestas han sido diversas, pero desde los poderes globales se busca aprovechar la crisis para incrementar el control sobre la sociedad. Desde las lógicas comunitarias, en cambio, se intenta responder con alternativas más colectivas, solidarias e incluso ancestrales, como ocurrió con el manejo de la pandemia. La mayor amenaza es la utilización del miedo para incrementar no solo los mecanismos de biovigilancia de la gente, sino el control individualizado de toda la población. El desarrollo de la genética, acelerado a partir del combate al coronavirus, potencia las posibilidades de actuar desde la política sobre la estructura genética de las personas. Frente a esta amenaza, los pueblos del mundo tienen la opción de potenciar su resistencia desde la diversidad cultural. Las gigantescas movilizaciones de 2019 expusieron una multiplicidad de agendas e identidades tan amplia que se vuelven incontrolables desde la centralidad del poder. El capitalismo puede ser sitiado desde una enorme variedad de posiciones que intervengan en forma simultánea.

Palabras clave: genopolítica, medicina ancestral, control social, biovigilancia.

Resumo: A pandemia do coronavírus causou incerteza generalizada, a ponto de paralisar o aparato produtivo em escala planetária. Raramente o capitalismo experimentou uma crise tão complexa. Após dois anos de emergência sanitária, ainda não se sabe ao certo a real situação e a possível evolução da pandemia. Ao contrário do que proclamam os adeptos do neoliberalismo, o fim da história acabou sendo a metáfora da inviabilidade do capitalismo. As respostas foram diversas, mas as potências globais estão buscando aproveitar a crise para aumentar o controle sobre a sociedade. A partir de lógicas comunitárias, ao invés, procura-se responder com alternativas mais coletivas, solidárias e até ancestrais, como aconteceu com a gestão da pandemia. A maior ameaça é o uso do medo para aumentar não apenas os mecanismos de biovigilância das pessoas, mas também o controle individualizado de toda a população. O desenvolvimento da genética, acelerado a partir do combate ao coronavírus, potencializa as possibilidades de atuação da política sobre a estrutura genética das pessoas. Diante dessa ameaça, os povos do mundo têm a opção de fortalecer sua resistência a partir da diversidade cultural. As gigantescas mobilizações de 2019 expuseram uma multiplicidade de agendas e identidades tão amplas que se tornam incontroláveis a partir da centralidade do poder. O capitalismo pode ser assediado por uma enorme variedade de posições que intervêm simultaneamente.

Palavras-chave: genopolítica, medicina ancestral, controle social, biomonitoramento.

Abstract: The coronavirus pandemic causes widespread uncertainty, to the point of paralyzing productive apparatus on a planetary scale. Rarely has capitalism experienced such a complex crisis. After two years of sanitary emergency, the real situation and the possible evolution of the pandemic are still uncertain. Contrary to what the devotees of neoliberalism proclaim, the end of history is finally the metaphor of the unviability of capitalism. The answers have been diverse, but global powers have sought to take advantage of the crisis to increase their control over society. On the other hand, community logics have tried to respond with more collective, solidarity-based and even ancestral alternatives, as was the case with the management of pandemic. The greatest threat is the use of fear to increase not only the mechanism of bio-surveillance of people, but also the individualized control of the entire population. The development of genetics, accelerated by the fight against coronavirus, enhances the possibilities of political action over genetic structure of people. Face to this threat, peoples around the world have the option of empowering their resistance from cultural diversity. The enormous mobilizations in 2019 exposed a multiplicity of agendas and identities, so wide that they become uncontrollable from the centrality of power. Capitalism can be besieged from a great variety of positions that intervene simultaneously.

Keywords: genopolitics, ancestral medicine, social control, bio-surveillance.

Introducción

La crisis capitalista del coronavirus ha sido tan imprevista como indescifrable. Hasta hace dos años nadie podía imaginar que una amenaza de carácter sanitario podría provocar mayores impactos en la economía mundial que las guerras o que los conflictos sociales. La paralización de aparato productivo a escala planetaria es un fenómeno desconocido hasta ahora; al menos durante el capitalismo tardío. Inclusive durante las guerras mundiales, el aparato productivo se intensifica en función de las necesidades bélicas. Pero ahora, una amenaza de distinta naturaleza que la de los fenómenos políticos convencionales ha evidenciado las profundas fracturas y de debilidades del capitalismo global.

Las pandemias no son nuevas en la historia de la humanidad. En efecto, han existido varias mucho más devastadoras que el COVID-19. La peste negra o la gripe española mataron más gente que el coronavirus. El problema es que, desde el imaginario biomédico y tecnológico del siglo XXI, la posibilidad de una pandemia incontrolable no estaba contemplada, era inconcebible. No solo la extrema sofisticación de los procedimientos terapéuticos y de la investigación científica, sino el desarrollo de los sistemas de control sanitario, habían posicionado la idea de que las pandemias eran un tema para la ficción cinematográfica. Varios episodios que antecedieron al COVID-19 (H1N1, Ébola, MERS, gripe aviar, etc.) fueron neutralizados con relativa facilidad y eficacia. Pero que durante dos años un virus tenga prácticamente arrinconada a la humanidad no constaba en las predicciones.

El desconcierto global es múltiple y generalizado, y afecta por igual a quienes apuestan por una recomposición dinámica del sistema como a quienes advierten sobre un colapso civilizatorio. Es tan profunda la incertidumbre que todavía, a finales de 2021, no se sabe a ciencia cierta cuál es la situación real y la evolución posible de la pandemia. Inclusive los más optimistas transmiten excesivo recelo.

Los sectores críticos del capitalismo que, aprovechando la situación, han desempolvado las trompetas del Apocalipsis, tampoco tienen una explicación plausible para la crisis global; son presa de un desconcierto aún más existencial que el de los inseguros apologistas de la resiliencia capitalista. Desde una visión marxista resulta insólito que el capitalismo se esté resquebrajando por una amenaza microbiológica antes que por sus contradicciones internas o por la presión de la clase trabajadora. Una vez más la vieja concepción marxista religiosa que presagiaba una revolución socialista a manos del proletariado ha tenido que ser reconsiderada a la luz de los acontecimientos históricos[1]. La catástrofe ambiental que vive el planeta, y que seguramente está relacionada con la aparición y propagación del coronavirus, exige otras respuestas desde los sectores que luchas por alternativas más democrática, equitativas y humanas. Es más, la propia pandemia nos retrotrajo a iniciativas comunitarias y familiares que se suponían abolidas por la modernidad y que, como se analiza más adelante, han sido fundamentales a la hora de preservar la vida y la salud de millones de personas.

La situación es tan adversa que desde los mismos centros de poder global están activando las alarmas. En un editorial publicado simultáneamente en varios medios de comunicación de circulación mundial, un grupo de expertos analiza las conclusiones de la última asamblea general de Naciones Unidas a propósito de la crisis ambiental. Los resultados son pavorosos: el incremento de la temperatura promedio en la Tierra y la pérdida constante de biodiversidad implica un daño catastrófico e irreversible para la salud y la nutrición de todos los seres humanos. Y las soluciones tienen que venir a partir del cambio en la lógica productiva y económica, así como en los estilos de vida, de las naciones del Norte.

Estado, mercado y modelos médicos ancestrales

Hay que aclarar que, pese a las relaciones y coincidencias mencionadas, la crisis sanitaria solo permite acercarse a una parte del problema. Al margen de las diversas y bizantinas explicaciones sobre el origen del coronavirus (algunas de las cuales rayan en la más absoluta fantasía), la pandemia enfrentó a la humanidad con laberintos aún más complejos que la enfermedad; particularmente, toca afrontar el desmoronamiento de las certezas que ofertaba un modelo de civilización basado en la omnipotencia del mercado y en la hegemonía política del Estado. Al contrario de lo que pregonan los devotos del neoliberalismo, el fin de la historia terminó siendo la metáfora de la inviabilidad del capitalismo, de los límites estructurales del crecimiento y el consumo ilimitados, y de la irracionalidad de la fórmula acumulación/exclusión que prima en la economía.

En los países periféricos, ni el Estado ni el mercado lograron transmitir confianza a la ciudadanía. Las expectativas respecto de un manejo adecuado de la crisis sanitaria se estrellaron contra las limitaciones políticas, económicas y culturales de nuestras sociedades. La pandemia fue manejada desde la informalidad y la improvisación. Es decir, desde aquellas condiciones tan propias a nuestra institucionalidad. La catástrofe ocurrida en la ciudad de Guayaquil entre marzo y mayo de 2020, y cuyas imágenes recorrieron el mundo entero, ilustra la incapacidad de las autoridades para hacerle frente a una emergencia sanitaria (Véase Sánchez y Zamora 2020). No solo eso: mientras la gente moría en las calles, los principales grupos empresariales del puerto hacían jugosos negocios –no exentos de corrupción en algunos casos– con la provisión de insumos y medicamentos. A partir de esa vieja relación simbiótica entre el mercado y el Estado, el primero sacó provecho de la ineficiencia del segundo.

Ahora bien, la ineficiencia del Estado y la voracidad del mercado no tienen que ver, necesariamente, con la pandemia. Más bien son formas particulares del funcionamiento de capitalismo en los países dependientes. Es cierto que el dramatismo incluido en la propagación desenfrenada del virus, con su secuela de mortalidad, así como la impotencia para entender la situación, abonaron para que estas características se exacerbaran y salieran a la luz con mayor crudeza. Pero la pobreza y la marginalidad –por señalar solo dos fenómenos fácilmente identificables– en América Latina son problemas estructurales que venían agudizándose desde mucho antes de la aparición del coronavirus. Los estallidos sociales de 2019 fueron una manifestación palpable de la incapacidad el capitalismo periférico para procesar las contradicciones sociales. Los cuestionamientos al sistema en su conjunto, es decir, desde ópticas ecológicas, feministas, étnicas o territoriales, pusieron sobre la mesa la urgencia de aplicar alternativas, muchas abiertamente radicales.

Algo iba quedando en claro antes de la pandemia: los sectores sociales subalternos no estaban dispuestos a continuar aceptando un esquema de dominación basado en el incremento progresivo de las desigualdades. En buena medida, esta actitud manifestada en las movilizaciones sociales (este ánimo colectivo, si cabe el término) explicaría las reacciones que tuvieron muchos sectores sociales una vez que se desató la emergencia. La respuesta desde los espacios comunitarios, especialmente entre los campesinos y los pueblos y nacionalidades indígenas, fue fundamental para evitar una catástrofe sanitaria de proporciones inimaginables. Las formas comunitarias de producción e intercambio de alimentos, los sistemas médicos alternativos, el control territorial o el trabajo colectivo se activaron como contrapeso a la ausencia del Estado (Aguirre 2020; Arteaga y Cuvi 2021).

Las respuestas en el ámbito de la salud (que es lo que, en cierto modo, nos ocupa en el presente artículo) fueron particularmente interesantes en el caso del mundo indígena. La noción de integralidad operó no solo como una estrategia de protección colectiva, sino como una interpelación a un sistema oficial de salud centrado en la hegemonía biomédica y en la mercantilización de la salud. El cerco territorial que se aplicó en muchas zonas indígenas del país, como resultado del aislamiento voluntario decidido por las propias comunidades, permitió un control equilibrado de la pandemia, a tal punto que la mortalidad en esos territorios fue ínfima pese a la elevada tasa de contagios. Los cuidados colectivos, la producción de alimentos para el autoconsumo o la utilización de remedios ancestrales, por mencionar solamente las medidas más relevantes, estructuraron una respuesta alternativa a las políticas convencionales promovidas tanto desde el sector público como del privado. Frente al inocultable colapso del sistema nacional de salud, las iniciativas comunitarias confirmaron su pertinencia desde la epidemiologia y desde la salud pública.

En ese sentido, la experiencia de la pandemia nos remite al inveterado debate epistemológico sobre los modelos de salud en el mundo contemporáneo. La eficacia de la medicina ancestral en el manejo de la pandemia no puede atribuirse únicamente a la necesidad, aunque pueda ser cierto que las comunidades indígenas no tuvieron otra opción frente a la incapacidad, inoperancia o ausencia del Estado. Si las prácticas y saberes médicos ancestrales han sido un recurso durante la emergencia es porque sobreviven pese a los siglos de dominación; en consecuencia, cumplen una función determinante en la preservación del mundo indígena y en su resistencia a la colonización. Estas prácticas y saberes son un pilar dentro del equilibrio cósmico y cultural de los pueblos y nacionalidades indígenas y, al mismo tiempo, constituyen un contrapeso a la concepción biomédica instrumental, positivista, tecnológica y comercial del modelo médico hegemónico. Los sistemas médicos ancestrales están indisolublemente ligados a la existencia de un territorio; en consecuencia, son un componente fundamental en las estrategias de resistencia indígena a la expansión del capitalismo.

La reflexión a propósito de los resultados positivos en la aplicación de los saberes y prácticas médicas ancestrales cobra relevancia si la relacionamos con el manejo general de la pandemia. Una de las situaciones más sorprendentes en la estrategia mundial para frenar el contagio del coronavirus fue la implementación de medidas milenarias, como el confinamiento y el uso de mascarilla. En cierta forma, asistimos al renacimiento del medioevo. “La cuarentena implicó la feudalización de la vida moderna. Comunidades enteras simbólicamente amuralladas para protegerse de un poderoso enemigo” (Cuvi 2021). En esencia, no hubo una diferencia significativa con la forma en que la humanidad combatió las pestes de la antigüedad. Una medida de higiene elemental como el lavado de manos se volvió más efectiva que toda la parafernalia tecnológica y farmacéutica a la que nos tiene habituados la vertiginosa sofisticación de los instrumentos y procedimientos médicos contemporáneos.

Esta contradicción conceptual respecto del manejo de la pandemia nos coloca frente a una pregunta concreta: ¿hasta qué punto la ancestralidad –no solo médica– tiene la capacidad y las condiciones para interpelar y cuestionar al sistema capitalista? El dilema no es nuevo; se reactiva cada vez que la modernidad enfrenta dificultades para responder a los grandes conflictos culturales. La reciente derrota del ejército de los Estados Unidos en Afganistán no puede ser la evidencia más palpable de la inviabilidad política de la hegemonía occidental sobre sociedades milenarias. Ni el poderío económico ni el poderío militar de la primera potencia mundial logró someter a un pueblo cohesionado alrededor de cosmovisiones, formas de vida y valores absolutamente arcaicos. El fracaso de occidente (incluida la Unión Soviética) en Afganistán es el fracaso de la modernidad como proyecto civilizatorio universal. Más allá de los cuestionamientos ideológicos y éticos que se pueda esgrimir en contra del proyecto talibán, es obvio que la ancestralidad como fenómeno cultural se ha convertido en el mayor obstáculo para la dominación capitalista global.

Esta contradicción entre resistencia cultural e imposición económica se ha convertido en un cuello de botella para las aspiraciones de dominación de las potencias capitalistas. En varios países de América Latina, las luchas indígenas y campesinas en contra del extractivismo han logrado la suspensión temporal o definitiva de varios megaproyectos mineros, petroleros o agroindustriales, con el correspondiente colapso de enormes inversiones transnacionales.

En estas circunstancias, la pandemia podría ser utilizada por el gran capital como una oportunidad para superar el escollo de la ancestralidad. La vacunación constituye la primera estrategia desde la biomedicina para hegemonizar una visión curativa, comercial e instrumental del combate al coronavirus; de paso, consolida a un sector de la economía (el complejo médico-industrial-farmacéutico) imprescindible para la acumulación a escala global.

Miedo, biovigilancia y genopolítica

En esta aspiración de control global, la individualización del miedo durante la pandemia ha sido una estrategia bastante efectiva desde los grandes poderes mediáticos, financieros y médico-farmacéuticos. La imagen de una amenaza invisible e indescifrable volvió a copar la atávica angustia humana frente a la enfermedad, el único enemigo interno del ser humano (Cuvi 2013). El conflicto entre la vida y la muerte, dirimido en nuestra intimidad más profunda, nos volvió a colocar en una posición de dependencia dramática frente a la oferta salvadora de la parafernalia biomédica. Ni siquiera existían –ni existen aún– certezas respecto de las medidas de bioseguridad, del manejo terapéutico de los contagiados ni de la inmunización, y la humanidad se sometió a las imposiciones políticas y sanitarias globales.

La individualización del miedo fue el correlato de una inusitada individualización de la enfermedad. Como nunca en la historia de la humanidad, enfrentamos un virus con una infinita serie de particularidades. La enorme diferencia en los síntomas, la evolución y las secuelas del coronavirus proyecta la idea de que cada individuo tiene una forma específica de relacionarse con la pandemia, una prognosis personal. La misma diversidad de vacunas, sumada a la interminable multiplicación de cepas, confirma estas sospechas: el virus no ataca a la vida en general sino a la vida en particular. Pero lo que aparece como una ofensiva aleatoria del virus, como un comportamiento totalmente irracional e impredecible, también podría ser interpretado como una selección natural todavía inexplicable para la ciencia. La morbilidad y la mortalidad de la pandemia carece de patrones que posibiliten una definición coherente de lo que estamos enfrentando. Familias enteras que convivieron durante meses tuvieron a un solo contagiado entre sus filas.

La incertidumbre y la vaguedad que siguen rodeando al coronavirus están detrás de la universalización del miedo que experimentamos. A diferencia de las pandemias del pasado, sobre las cuales existían certezas a propósito de su comportamiento, aunque no de su esencia, el Covid-19 nos enfrentó a una situación inversa: el microorganismo es observable y verificable, pero completamente impredecible. Que en pleno siglo XXI hayamos tenido que recurrir a medidas medioevales (confinamiento y uso de mascarilla) muestra la impotencia de la sofisticación científica y tecnológica para hacerle frente a una amenaza sanitaria. Súbitamente, la humanidad se sintió desprotegida, desamparada. La propia noción de cuarentena, implementada desde la antigüedad como resultado de la constatación empírica de las epidemias, y que durante siglos había servido como medida indiscutible para el control epidemiológico, quedó desechada a las pocas semanas de haberse desatado la emergencia. La fe depositada en el vertiginoso desarrollo de la ciencia médica, especialmente en el campo de la investigación, quedó hecha trizas. Durante año y medio hemos seguido un itinerario a tientas, acosados además por versiones apocalípticas y conspiracionistas que encuentran su combustible precisamente en la perplejidad de la ciencia.

Hasta cuándo los misterios del coronavirus seguirán bajo llave es algo que no se puede prever. No obstante, es por demás obvio que los gobiernos de las grandes potencias y los directorios de las grandes corporaciones alimentarán los temores globales a partir de la incertidumbre general. Es la oportunidad para reforzar las estrategias de control político sobre la población mundial. Como en la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, hay que preservar a toda costa el miedo al demonio para asegurar la sumisión de los creyentes. Por lo mismo, las pandemias actuales o futuras no pueden ser despojadas de su imagen de peligrosidad.

¿Cuánta parte de este miedo colectivo puede ser aprovechado desde el poder? Si se pasa una breve revista a la historia humana, se constata que el miedo a la inseguridad, es decir, a la amenaza de un determinado enemigo, ha sido un recurso político frecuente, sobre todo desde las alternativas autoritarias. La seguridad ha sido el mayor argumento en contra de la libertad. Hoy veneramos la biovigilancia como el mejor mecanismo para librarnos del terrorismo o de la delincuencia común, como si los conflictos sociales pudieran resolverse desde el control biométrico de cada persona. En la práctica, sacrificamos la intimidad, ese reducto último y más preciado de la conciencia individual, en aras de la protección.

En estas condiciones, el escenario está preparado para una respuesta biológica desde el poder, una respuesta que sintonice con las lógicas individuales extremas promovidas por la posmodernidad y el neoliberalismo. Si el coronavirus afectó a unos y no a otros sin ninguna explicación razonable, el paradigma de la lucha individual se consolida: cada uno será responsable de su prevención, de su cuidado y, eventualmente, de su sobrevivencia. Tal como ocurre en el mundo de la economía. Así, de la biopolítica planteada por Foucault avanzamos a la genopolítica; es decir, al ejercicio del poder sobre la particularidad de cada ser humano, sobre la estructura elemental de la vida, sobre la cualidad genética que nos identifica como piezas únicas dentro de la generalidad de la especie (Cuvi 2021). Además de la vigilancia personalizada que se instala con mayor crudeza en todo el orbe, se abren las puertas a un microcontrol de la población. La inteligencia artificial, cuyo avance se constituye en la piedra angular del nuevo capitalismo cognitivo, no tiene límites a la hora de diseñar políticas y sistemas con este potencial. Como lo afirma Yuval Harari (2020), estamos a las puertas de legitimar un sistema de vigilancia aterrador.

La distopía de George Orwell puede llegar a la obsolescencia antes de haberse impuesto a escala planetaria. De la intervención sobre las debilidades individuales, como sucede en la novela 1984, hoy asistiríamos a una intervención sobre las debilidades genéticas. El hígado de Pedro es más importante para el poder político que la cultura de una comunidad o que la conducta de un individuo. La genética termina hegemonizando a la sociología, la antropología o la sicología, ciencias sobre las cuales se erigió, durante el último siglo y medio, el bloque teórico para explicar el funcionamiento de los sujetos sociales. ¿Ciencia ficción? De ninguna manera: el debate sobre las vacunas, que tiene un trasfondo geopolítico indiscutible, se originó en las características microbiológicas de cada una, en la pertinencia de una acción directa sobre el ácido ribonucleico (ARN) o sobre la inoculación de un virus atenuado.

Diversidad cultural, resistencia social y crisis del Estado liberal

La incertidumbre que envuelve a la pandemia del Covid-19 –hay que precisarlo– no se refiere únicamente al proceso de aparecimiento, propagación y eventual neutralización del virus, sino a los escenarios posteriores a la pandemia. A primera vista, el riesgo de que los desperfectos que como humanidad hemos padecido hasta antes de la pandemia se profundicen, es una realidad. Impactos como el desempleo, por citar uno de los más devastadores, pueden desembocar en niveles de exclusión social inmanejables. La ola migratoria que se ha desatado en el último año es un anticipo de lo que puede venirse en el futuro inmediato.

El debate, en estas circunstancias, deberá producirse en dos andariveles paralelos: el de las decisiones desde los núcleos de poder mundial, y el de las respuestas desde la sociedad. En el primero, las perspectivas no son nada alentadoras. Los llamados urgentes que se formulan desde distintos organismos internacionales o desde voces mundialmente reconocidas, a propósito de las consecuencias catastróficas del actual modelo productivo, se chocan con lo que podríamos denominar el alma del capitalismo. Es decir, esas cualidades esenciales que se sustentan en principios inmutables como la explotación del trabajo o la acumulación de riqueza. La respuesta de las corporaciones transnacionales frente a estas advertencias no sale de la visión primaria del lucro y el crecimiento. La reactivación del mismo modelo económico, que en gran medida nos condujo al actual colapso, encabeza la agenda de las medidas para superar la sindemia[2]. El discurso hegemónico oficializa una temeridad que desconsuela: para recuperar la economía y asegurar la futura estabilidad del sistema, hay que continuar produciendo y consumiendo con una progresión geométrica, infinita.

El segundo andarivel del debate se refiere a la capacidad de la sociedad para generar iniciativas y alternativas que resistan y contrarresten el arrebato destructivo del capitalismo global. Las disyuntivas, siendo complejas y difíciles, no dejan de ser obvias: la vigilancia totalitaria versus la primacía de los derechos universales, el aislamiento del individuo versus la solidaridad, la elitización del poder político versus la autonomía social. En estas contradicciones urgentes e ineludibles radica la posibilidad de construir un mundo más humano o sucumbir al itinerario infernal de un neoliberalismo delirante.

Desde el ámbito de la salud, el cuestionamiento al enfoque biomédico que predominó en las decisiones políticas debe encontrar su correlato en la reivindicación de las respuestas alternativas a la pandemia. En el caso ecuatoriano, las iniciativas generadas desde los territorios y comunidades indígenas demostraron la importancia de los sistemas médicos ancestrales frente a una amenaza epidemiologia de grandes proporciones una serie de medidas relacionadas más con la prevención el cuidado que con la curación de la enfermedad permitieron a los pueblo y nacionalidades indígenas enfrentar la crisis sin mayores costos en vidas humanas. El aislamiento voluntario, el control del ingreso de actores externos (particularmente empresas mineras y petroleras) a sus territorios, el intercambio de alimentos y remedios naturales entre comunidades, la producción de material informativo en sus propias lenguas, la atención de partos con parteras comunitarias… permitieron manejar la pandemia desde una concepción integral de la salud; sobre todo, les permitieron compensar la escasa presencia del Estado durante la emergencia (Cfr. Arteaga y Cuvi, 2021; Aguirre, 2020). En efecto, desde la racionalidad biomédica, el Estado se concentró en el sistema hospitalario predominantemente urbano; en consecuencia, dejó de lado a las poblaciones rurales que suelen estar al margen de los servicios del sistema oficial de salud.

La experiencia de la pandemia ha reactivado el debate epistemológico a propósito de la pertinencia de otros modelos y concepciones de la salud, debate que se traduce en la viabilidad de los denominados sistemas de salud ancestrales, tradicionales o alternativos. La propuesta de plurinacionalidad del movimiento indígena ecuatoriano cuestiona el sesgo monocultural al que tiende el Estado nacional, y que se expresa, entre otras formas, en la displicencia oficial hacia las prácticas y saberes médicos indígenas. Estas diferencias, que se hicieron aún más palpables durante la pandemia, nos remiten a un escenario mucho más complejo, multifacético y estratégico: el de la confrontación entre lógicas locales y territoriales autónomas y el capitalismo globalizado.

No obstante, hay que definir con claridad que la reivindicación de la ancestralidad no implica la añoranza por un pasado idealizado, un anhelo por regresar a un idílico mundo prehispánico, sino, como define Echeverría, la posibilidad de construir una modernidad no capitalista, en cuyo proceso los pueblos y nacionalidades indígenas pueden aportar en la creación de nuevos modos de vida (Sigüenza 2011). La referencia a prácticas, saberes, concepciones o cosmovisiones ancestrales tiene sentido en la medida en que cuestionan y resisten a las estrategias destructivas y depredadoras del capitalismo. Es decir, en cuanto posicionan una contradicción de carácter cultural entre dominados y dominadores, entre excluidos e integrados, en síntesis, entre víctimas y beneficiarios del sistema capitalista.

La cultura, en esas condiciones, adquiere una importancia decisiva en las luchas contra el capitalismo como sistema global. Las gigantescas movilizaciones de 2019 expusieron una multiplicidad de agendas e identidades tan amplia que se vuelven incontrolables desde la centralidad del poder. La propia formalidad institucional del Estado liberal es insuficiente para manejar la diversidad de propuestas, actores y formas de lucha. Se lo puede confirmar en el proceso constituyente chileno: la espontaneidad y la pluralidad de las manifestaciones no pueden ser reguladas por la Convención, porque la normatividad liberal opera únicamente con parámetros convencionales. El capitalismo tolera –e incluso promueve– desórdenes o anomalías que se enmarquen en la lógica del control de la economía, siempre en función de la acumulación. Por ejemplo, los desempleados que intervienen en el proceso productivo como ejército de reserva laboral. Pero cuando los grupos sociales empiezan a sitiar al sistema en forma simultánea y desde una extensa variedad de posiciones (feminismo, etnicidad, ecologismo, etarismo, decolonialidad, etcétera), la institucionalidad colapsa (Cuvi 2021).

El mundo está enfrentado a la necesidad de nuevas formas de procesamiento de los conflictos sociales, más dinámicas y democráticas, más flexibles y creativas. El asalto al Capitolio de los Estados Unidos en enero de 2021 ilustra, de manera brutal y descarnada, el agotamiento de un modelo que no logra lidiar con sus propios virus, ni siquiera en el país referente del liberalismo mundial. Las desigualdades, la marginalidad, la codicia y la ilegalidad inherentes al capitalismo son tan extremas y progresivas que terminan dinamitando cualquier principio de legitimidad. ¿Cómo y desde dónde pueden hablar los poderes globales, las potencias mundiales, los organismos supranacionales, las grandes corporaciones, a esa masa de miserables y marginados que crece exponencialmente en todos los rincones del planeta?

El occidente capitalista se ha caracterizado por la construcción de enemigos globales y la generación de miedo. De la revolución paso al comunismo, luego al terrorismo islámico y ahora a la pandemia. El miedo colectivo tiene como contracara la sacralidad del poder. El capitalismo se justifica a partir de varios misterios inaccesibles para el común de los mortales: la complejidad de las finanzas, la sofisticación tecnología, la vertiginosa innovación productiva, la omnipotencia del mercado. Pero si la Revolución Francesa sacó a dios de la política, los desheredados del sistema podrían expulsar a la acumulación de la economía. Hay que emanciparse del miedo; hay que desacralizar al mercado.

Referencias

Aguirre, Milagros. 2020. La pandemia se ensañó con los pueblos indígenas. Quito: Plataforma por el Derecho a la Salud. https://saludyderechos.fundaciondonum.org/wp-content/uploads/2020/10/pandemia-pueblos-indigenas.pdf

Arteaga, Erika y Juan Cuvi. 2021. “Thinking outside the modern capitalist logic: health-care systems based in other world views”. The Lancet Global Health 9, n.. 10: e1355. https://doi.org/10.1016/S2214-109X(21)00341-7

Cajas Guijarro, John. 2021. Covid-19: la tragedia de los pobres. Entre crisis, sindemia y otros males. Quito: Plataforma por el Derecho a la Salud/Fundación Donum/FOS. https://saludyderechos.fundaciondonum.org/wp-content/uploads/2021/07/Covid-tragedia-de-pobres.pdf

Cuvi, Juan. 2021. “La modernidad resquebrajada. Cómo la autonomía y la diversidad amenazan al capitalismo”. En Posdesarrollo. Contexto,contradicciones y futuro, editado por Alberto Acosta, Pascual García-Macías y Ronaldo Munck, 64-79. Quito: Abya Yala.

Cuvi, Juan. 2013. Curar y someter. Modelo biomédico y cultura política en el Ecuador. Quito: Abya Yala.

Harari, Yuval Noah. 2020. “The world after coronarivus”. Financial Times, sección Life & Arts, 20 de marzo. https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75

Lukács, Georg. 1975. Historia y consciencia de clase. Barcelona: Ediciones Grijalbo.

Sánchez, Patricia y Giannina Zamora. 2020. Guayaquil: la ficción de un éxito. El impacto de la pandemia Covid-19 en ciudades de desarrollo geográfico desigual. Quito: Plataforma por el Derecho a la Salud. https://saludyderechos.fundaciondonum.org/wp-content/uploads/2020/12/LA-FICCION-DE-UN-EXITO.pdf

Sigüenza, Javier. 2011. “Modernidad, ethos barroco, revolución y autonomía. Una entrevista con el filósofo Bolívar Echeverría”. Crítica y Emancipación III, n.. 5: 79-89. http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20120229121218/CyE5.pdf

Singer, Merrili, Nicola Bulled, Bayla Ostrach y Emily Mendenhall. 2017. “Syndemics and the biosocial conception of health”. The Lancet 389, n.. 10072: 941-50. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(17)30003-X

Notas

[1] Ver, por ejemplo, las expectativas con las que Georg Lukács, uno de los mayores pensadores marxistas del siglo XX, anunciaba la derrota final e inapelable del capitalismo en los años 20, luego de la instalación de un gobierno soviético en Hungría (Lukács 1975).
[2] Término acuñado a mediados de la década de los 90 por el antropólogo médico Merril Singer para describir una situación donde las interacciones biológicas, sociales y ambientales pueden afectar y/o empeorar las condiciones de vida de individuos y poblaciones (Singer et al., 2017; citado en Cajas Guijarro 2021). BiodataJuan Cuvi: Máster en Desarrollo con estudios en sociología, filosofía y ciencias políticas. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción. Articulista de varios medios digitales. Ha publicado investigaciones sobre cultura política, biomedicina, autonomía social y control político. Ex dirigente del movimiento Alfaro Vive Carajo. Importar tabla


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