Rev. nuestrAmérica, 2023, n.o 22, publicación continua, e10108711

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Derechos de autor 2023: Roque Farrán

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Derechos de publicación: Roque Farrán

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Licencia: CC BY NC SA 4.0

Recibido: 9 de agosto de 2023

Aceptado:  6 de noviembre de 2023

Publicado: 10 de noviembre de 2023


La escritura de sí en clave materialista como una revalorización de la práctica filosófica

A escrita de si em chave materialista como uma revalorização da prática filosófica

The writing of the self from a materialist perspective us a revalorization of the philosophical practice

 

Roque Farrán

Doctor en Filosofía, posdoctorado en Filosofía

Universidad Nacional de Córdoba

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Córdoba, Argentina

roquefarran@gmail.com.ar

https://orcid.org/0000-0002-5070-3893

 


Resumen: En este texto pretendo cuestionar la idea habitual que nos hacemos de la escritura académica filosófica y proponer otra más clásica. Se suele usar la escritura como una instancia de comunicación de investigaciones o experiencias previas, pero ¿qué sucedería si consideráramos a la escritura como un ejercicio de pensamiento y formación en acto? La escritura de sí no es literatura del yo ni autobiografía, sino un modo material concreto de constitución de sí a través de la recolección de discursos y enseñanzas de otros (maestros, legados, tradiciones). Por eso deseo recuperar esta función práctica de la escritura de sí que retoman Foucault y Hadot de los antiguos para promoverla como un ethos o incluso método de pensamiento contemporáneo. Por último, propongo algunas meditaciones concretas para ejercitarse. La apuesta de este escrito es revalorizar la escritura académica no solo como comunicación de un estado del saber, sino como riguroso y libre ejercicio de constitución de sí.

Palabras clave: escritura, ética, materialismo, Foucault, Althusser.

 

Resumo: Neste texto, pretendo questionar a ideia comum que temos da escrita acadêmica filosófica e propor uma mais clássica. Geralmente, a escrita é usada como uma instância de comunicação de pesquisas ou experiências anteriores, mas o que aconteceria se a considerássemos como um exercício de pensamento e formação em ação? A escrita de si não é literatura do eu nem autobiografia, mas sim um modo material concreto de autotransformação por meio da coleta de discursos e ensinamentos de outros (mestres, legados, tradições). Portanto, desejo resgatar essa função prática da escrita de si, que Foucault e Hadot retomam dos antigos para promovê-la como um ethos ou até mesmo um método de pensamento contemporâneo. Por fim, proponho algumas meditações concretas para a prática. A aposta deste escrito é revalorizar a escrita acadêmica não apenas como comunicação de um estado do conhecimento, mas como um rigoroso e livre exercício de autotransformação.

Palavras-chave: escrita, ética, materialismo, Foucault, Althusser.

 

Abstract: In this text, I aim to question the usual notion we have of philosophical academic writing and propose a more classical approach. Writing is often used as a means of communicating previous research or experiences, but what if we were to consider writing as an exercise of active thought and self-formation? Writing of the self is not a literature of the self or an autobiography, but rather a concrete material mode of self-constitution through the gathering of discourses and teachings from others (masters, legacies, traditions). Therefore, I wish to reclaim this practical function of writing of the self, as advocated by Foucault and Hadot in their study of the ancients, and promote it as an ethos or even a contemporary method of thinking. Finally, I propose some concrete meditations for practice. The aim of this text is to revalorize academic writing not only as a communication of the state of knowledge but as a rigorous and liberating exercise in self-construction.

Keywords: writing, ethics, materialism, Foucault, Althusser.


 

 

Introducción

Antes que nada, una aclaración sobre el lugar de enunciación. ¿Se puede hacer filosofía desde el sur, más precisamente desde Argentina, más localmente desde Córdoba, paradójicamente fuera de una cátedra universitaria? ¿Se puede hacer filosofía desde uno de los puntos más abyectos y marginados del mundo pensando, aun así, el mundo en su conjunto y la eternidad que lo atraviesa en la prontitud de su disolución inexorable? Sostengo que sí. No es de ahora que lo sostengo. Cuento a pesar de todo con ciertos avales institucionales, con algunas editoriales que han publicado mis trabajos, con amigos y colegas que piensan que lo que hago tiene algún valor. ¿Por qué lo digo así? No hay épica en esta afirmación, pero tampoco quiero fingir modestia. Es que no resulta fácil sostener una práctica que se asume como tal, con sus fallos y precariedades, que toma riesgos, enfrenta obstáculos e imposibilidades lógicas. Lo más fácil sería refugiarse en alguna identificación disciplinaria, en un campo de estudios consolidado, bajo un rol profesional instituido, o con una franquicia de alguna corriente de moda en el norte. Pero no se puede condescender a esas comodidades cuando lo que urge es pensar; cuando eso nos ha tomado el cuerpo desde temprano; cuando sentimos que lo hacemos por los que ya no están y por quienes siguen viniendo; porque necesitamos que se abra un claro en este mundo abigarrado de significaciones comunes, de estupideces repetidas, de infatuaciones varias. Pensar siempre es a riesgo propio, por eso necesitamos aliados, necesitamos amigos, necesitamos que haya quienes entiendan lo que opera por fuera de las identificaciones grupales y la lógica de las burdas competencias. Si escribimos o publicamos no es para sobrevivir, o porque nos interese promocionarnos, es para que alguna palabra o concepto, algún ejercicio o modulación alcancen oportunamente a alguien, lo saquen de la estulticia, informada o inculta, y le permitan pensar en nombre propio. Que luego decida escribir o no, publicar o no, será otro asunto. No todos asumimos la función de transmisores.

Solemos usar la escritura como una instancia de comunicación de investigaciones o experiencias previas, pero ¿qué sucedería si consideráramos a la escritura como un ejercicio de pensamiento y formación en acto? No es una idea nueva ni original, solo que se encuentra algo desdibujada y olvidada entre las demandas de comunicación imperantes y el ideal estético de la escritura como expresión artística. La escritura de sí no es literatura del yo ni autobiografía, sino un modo material concreto de constitución de sí a través de la recolección de discursos y enseñanzas de otros (maestros, legados, tradiciones). Por eso deseo recuperar esta función práctica de la escritura de sí que retoman Foucault y Hadot de los antiguos para promoverla como un ethos o incluso método de pensamiento contemporáneo. En ese sentido, quisiera delimitar una ascética del sujeto más que una hermenéutica del sujeto, siguiendo la distinción foucaultiana entre la tradición cristiana y la tradición estoica[1] (1999; 2014), pero acentuando aún más el papel de la escritura en la propia formación del sujeto. En lugar de una operación interpretativa sobre el sentido del mundo o la vida, la propuesta práctica de una serie de ejercicios concretos a realizar, que incluye a los clásicos: la consideración del cosmos y su metamorfosis incesante, la meditación de la muerte y todos los males posibles, la relación con el presente y los otros, el tratamiento de las pasiones y examen de las representaciones, etc.; como también ejercicios vinculados a la ciencia moderna e indagaciones actuales: la consideración de la naturaleza como conjunto de procesos interrelacionados, el examen de las multiplicidades vacías e infinitas, la lectura sintomática y la crítica ideológica, la conversación con los muertos, etc. En fin, ejercicios ontológicos, críticos y éticos condensados fundamentalmente a través de la escritura y relectura cotidianas. Esta práctica de la filosofía se inscriben la tradición materialista (Althusser 2015), pero lo hace de un modo singular.

Aquí solo voy a tratar una parte de estos ejercicios más amplios y diversos. Primero, comentando la reconstrucción de la escritura de sí que hace principalmente Foucault; segundo, proponiendo una muestra de mis propios ejercicios de escritura de sí.

 

I. Reconstrucción de la escritura de sí

Vuelvo sobre la escritura de sí, nuevamente[2]. Cuando me preguntan dónde abordo tal tema o problema me cuesta identificar el lugar, los textos y contextos exactos. Hay temas recurrentes que aparecen e insisten en distintos lugares, a veces de manera más desarrollada y sistemática, otras de manera más intensa o casual. Pero el problema fundamental es que no organizo mi escritura exclusivamente por temas de referencia exclusiva o lineal, no sigo el motivo principal, sino por ejercicios de recurrencia y desplazamientos laterales, transversales, oblicuos. Pienso la escritura como un modo de trabajar sobre sí que opera en distintos niveles, no solo dislocando las referencias habituales, sino buscando anudamientos imprevistos. A diferencia de la estrategia deconstructiva, no me contento con desplazar los significados trascendentes, trato de encontrar los puntos de fragilidad y potencia inmanentes al tejido escritural. No es tanto un método como un ethos que trato de transmitir a través de mi práctica. Hay quienes lo entienden y aprecian, y quienes no, como en todo ámbito donde se exceden las identificaciones tranquilizadoras. El ser atópico incomoda.

No obstante, hay cierta sistematicidad en la recurrencia y asimismo el esbozo de un método que se ha dado en llamar nodaléctica. La cuestión de la reflexividad ética, las prácticas de sí y la filosofía como forma de vida, han ido tomando cada vez mayor prevalencia en lo que se lee, investiga y escribe. No se estudia cualquier autor, cualquier obra, cualquier texto. Desde una perspectiva materialista, no interesa lo que quiso decir tal o cual en tal época o contexto; interesa en efecto lo que produce un pensamiento verdadero al incorporarlo como tal y asumir sus consecuencias. Los materialistas no hacemos otra cosa que modificarnos a nosotros mismos en tanto sujetos de pensamiento, a través de una práctica de sí que consiste en tres actividades fuertemente anudadas: lectura-escritura-meditación. Cuando no leemos, escribimos; cuando no escribimos, meditamos; cuando no meditamos, volvemos a leer; y así. Todo lo demás se ordena en función de esta práctica, que no podemos no hacer y que nos preparan para el encuentro con lo real. Es una necesidad lógica y material.

Hay una serie de notas sobre las que uno puede volver, justamente, para practicar la lectura-meditación-escritura como ejercicios de transformación de sí mismo. Lo encontramos expuesto en La hermenéutica del sujeto de Foucault y en los escritos e investigaciones de Hadot: la lectura asimilativa, la lectura que hace cuerpo los enunciados, que no es solo desciframiento de los significados o las intenciones supuestas, huella de otros discursos o contextos. Sobre las Meditaciones de Marco Aurelio, decía Hadot:

Escribiendo sus Meditaciones, Marco Aurelio practica, pues, ejercicios espirituales estoicos; es decir, que utiliza una técnica, un procedimiento —la escritura—, para influenciarse a sí mismo, para transformar su discurso interior a través de la meditación de los dogmas y de las reglas de vida del estoicismo. Ejercicio de escritura diario, siempre renovado, siempre retomado, siempre por retomar, ya que el verdadero filósofo tiene conciencia de no haber alcanzado aun la sabiduría. (Hadot 2013, 113)

¿Es posible una práctica de la lectura tan directa, sin mediaciones de aparatos críticos o interpretativos tomados de otros lados, formulados de manera ad hoc? Como vamos a ver a continuación, la lectura estoica implica toda una serie de relaciones con los otros, las tradiciones y legados, pero su anudamiento es siempre singular y presto al uso.

Al leer a los estoicos se tiene la impresión de que nos proponen fórmulas contradictorias, algunas veces desprecian todo y otras parecen apreciar cualquier cosa, se concentran en el instante, pero aman la eternidad, interpelan a ocuparse de sí y a la vez atender al servicio común, etc. Esto pasa por nuestro hábito moderno de leer significaciones o efectos de sentido que no nos implican materialmente, es decir, no entendemos los enunciados como preceptos y ejercicios concretos que apuntan todos a lo mismo: constituirnos de un modo tal que no sucumbamos al temor o la esperanza, que alcancemos una imperturbabilidad en la cual el goce de vivir -aun al borde de la muerte y la pérdida- sea posible. Leer para meditar y ejercitarse, tanto en la finitud como en la infinitud, en el desprecio de lo valorado como en el goce de lo accesorio; y escribir las fórmulas para que se conviertan en fuerzas y en sangre, para que hagan cuerpo y alma, y que el momento de morir no sea una gran pérdida; poder irse liviano de pasiones.

En el fondo, no hay comprensión directa del texto porque la lectura es siempre sintomática (Althusser 2006): se lee en los huecos, repeticiones, rodeos y vacilaciones del otro. Lo he verificado en las más altas esferas del pensamiento, en analistas altamente especializados en la lectura de textos. Puede que alguien con múltiples títulos y antecedentes no lea un enunciado escrito con todas las letras porque espera encontrar otra cosa allí. Por supuesto, también ocurre en la gente de a pie. No hay textos sin contextos, sin relaciones de poder, de sugestión, de transferencia, sin amor y odio proyectados en el otro. Leer es una práctica que se consigue difícilmente, con tiempo y paciencia, con heridas y cicatrices: entender las relaciones lógicas, los mitos, las leyendas, las acentuaciones, las obliteraciones puede llevar una vida o varias. Fue el caso de un tal Spinoza, que nos legó una práctica de lectura crítica y cuidada que luego otros han tratado de reactivar. No por citar filósofos ilustres hacemos filosofía, por supuesto, pero al escribir sirviéndonos de nuestro propio síntoma, sin proyectar el malestar en los demás, el pensamiento empieza a tomar cuerpo y eso puede ser retomado a su vez por otros. La lectura puede devenir así evento colectivo y movilizador porque ha producido cuerpos e ideas adecuadas de lo que pueden esos cuerpos movilizados.

La lectura sintomática no es espontánea ni mediada, va al hueso de lo real. No estamos habituados a leer así, y sin embargo no hay forma más acertada de definir al pensamiento crítico que el gesto prescindir de intérpretes y mediadores autorizados. Abordar las cosas desde las cosas mismas. Es lo que hizo Spinoza (2014) con las Sagradas Escrituras y es el gesto materialista que se renueva cada vez: podemos leer a la letra un texto, crear nuestras propias claves de lectura en función de lo que nos afecta y hace pensar cada enunciado del mismo. No se trata de hacerle decir cualquier cosa a un texto porque en realidad es, a la inversa, lo que el texto nos dice y hace decir gracias a él. En todo caso, la medida del forzamiento inevitable está autorizada por lo que posibilita, por las consecuencias que se derivan de la operación de lectura. No hay lectura neutra o armoniosa, todas las lecturas son culpables. O mejor, en el caso materialista: responsables.

La responsabilidad empieza a tomar cuerpo en la escritura. Cuando Foucault examina la escritura de sí en la antigüedad grecorromana muestra que, si bien alcanzó un papel considerable de manera tardía entre los ejercicios que hacían a la áskesis (abstinencias, memorizaciones, meditaciones, examen de consciencia, etc.), resultaba fundamental para la transformación de la verdad en ethos.

[L]a escritura constituye una etapa esencial en el proceso al que tiende toda áskesis: a saber, la elaboración de discursos recibidos y reconocidos como verdaderos en principios racionales de acción. La escritura como elemento del entrenamiento de sí, tiene, para utilizar una expresión que se encuentra en Plutarco, una función ethopoiética: es un operador de la transformación de la verdad en éthos. (Foucault 1999, 292)

Detenerse en esto, que no solemos reparar: la escritura es una suerte de máquina que transforma la verdad en ethos, modo de conducirse o ser[3]. Hay dos formas que asume esta escritura en la antigüedad: las correspondencias y los hypomnémata (cuadernos de notas). Me interesa detenerme sobre todo en estos últimos. Si bien eran una suerte de cuadernos donde se consignaban fragmentos de cosas leídas u oídas, ejemplos o anécdotas, reflexiones y meditaciones, etc. no se debían considerar, dice Foucault, meramente como una «ayuda-memoria». Su función era mucho más próxima e inmediata: hacían un corpus en sentido literal y constituían el alma misma del sujeto. Además, se podían compartir con otros, no eran diarios íntimos.

Estos hypomnémata no se deberían considerar como un simple apoyo para la memoria, que se podrían consultar de vez en cuando, si se presentara la ocasión. No están destinados a suplantar eventualmente el recuerdo que flaquea. Constituyen más bien un material y un marco para ejercicios que hay que efectuar con frecuencia: leer, releer, meditar, conversar consigo mismo y con otros, etc. Y eso con el fin de tenerlos, como dice una expresión que se repite a menudo, prócheiron, ad manum, in promptu. «A mano», por tanto, y no simplemente en el sentido de que cabría recordárselos a la conciencia, sino en el de que se deben poder utilizar, tan pronto como sea preciso, en la acción. Se trata de constituirse un lógos bioéthicos, un bagaje de discursos capaces de socorrer, susceptibles —como dice Plutarco— de alzar por sí mismos la voz y de acallar las pasiones como un amo que con una sola palabra aplaca el gruñido de los perros. Para eso hace falta que no se limiten a estar simplemente colocados como en un armario de recuerdos, sino profundamente implantados en el alma, «clavados en ella» dice Séneca, y que así formen parte de nosotros mismos. En resumen, que el alma los haga no solamente suyos, sino que los haga sí misma. La escritura de los hypomnémata es una importante estación de enlace en esta subjetivación del discurso. (Foucault 1999, 293)

Tan alejados nos encontramos hoy de este modo de practicar la lectura y la escritura que la sistematización de Foucault resulta crucial para tratar de reconstruirlo. No se trata de eclecticismo o adjunción de ideas por analogías superficiales, sino de la constitución efectiva de un sujeto a través de incorporaciones meditadas, reflexivas, vitales. Por un lado, acentúa la doble dependencia entre lectura y escritura, a la cuales habría que añadir la meditación y quizá la prueba: se lee, medita, escribe y se prueba ante lo real para constituirse a sí mismo; no solo para informarse o saber más. Foucault muestra que este modo de escritura y lectura es un antídoto contra la dispersión, la estultitia, porque ambas se limitan mutuamente: si solo leyéramos y pasáramos de un libro a otro, no podríamos retener nada, no habría efectos de formación; a la inversa, si solo escribiéramos lo que pensamos no habría material en torno al cual hacerlo y además sería agotador. Agrego: la meditación es la pausa necesaria; la prueba la precipitación inevitable. Pero, por otro lado, estas delimitaciones recíprocas encuentran en una práctica regulada de la disparidad su razón de ser: no se trata de establecer lo que quiso decir un autor o sistematizar una doctrina, sino cómo eso que leemos nos permite constituirnos en tanto sujetos. Un arte de la verdad inconexa o pragmática de la verdad que hace cuerpo los enunciados tomados de distintos lados:

«Poco importa, dice Epicteto, que se haya o no leído todo Zenón o Crisipo; poco importa que se haya captado exactamente lo que han querido decir, y que se sea capaz de reconstituir el conjunto de su argumentación». El cuaderno de notas se rige por dos principios, que se podrían denominar «la verdad local de la sentencia» y «su valor circunstancial de uso». Séneca elige lo que anota para sí mismo y para sus comunicantes de entre alguno de los filósofos de su propia secta, aunque también de Demócrito o de Epicuro. Lo esencial es que se pueda considerar la frase retenida como una sentencia verdadera en lo que afirma, conveniente en lo que prescribe, útil según las circunstancias en las que se encuentre. La escritura como ejercicio personal hecho por sí y para sí es un arte de la verdad inconexa o, más precisamente, una manera reflexiva de combinar la autoridad tradicional de la cosa ya dicha con la singularidad de la verdad que en ella se afirma y la particularidad de las circunstancias que al respecto determinan su uso. (Foucault 1999, 295)

Desde una concepción pragmática de la verdad no se le pide a cada enunciado credenciales de legitimidad ni se los remite a sus condiciones de posibilidad, sino que se los incorpora en tanto se los considera verdaderos en lo que afirman, convenientes en lo que prescriben, útiles según las circunstancias en las que se encuentre. Por último, para que se note bien de qué va la cosa, se trata de transformar lo leído «en fuerzas y en sangre», y asimismo constituir un «coro de múltiples voces» donde se escuche la genealogía espiritual de la que nos hemos nutrido: cuerpo y alma.

En relación al cuerpo que no es el biológico, pero tampoco un cuerpo de doctrina o conjunto de archivos:

El papel de la escritura es constituir, con todo lo que la lectura ha constituido, un «cuerpo» (quicquid lectione collectum est, stilus redigat in cor-pus). Y dicho cuerpo ha de comprenderse no como un cuerpo de doctrina, sino —de acuerdo con la metáfora tan frecuentemente evocada de la digestión—como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad: la escritura transforma la cosa vista u oída «en fuerzas y en sangre» (in vires, in sanguinem). Viene a ser en el propio escritor un principio de acción racional. (Foucault 1999, 296)

En relación al alma la cual claramente no responde a ningún ente inmaterial sino al efecto de la escritura misma:

Lo que es preciso constituir en lo que uno escribe es su propia alma; pero como un hombre lleva sobre su rostro la semejanza natural de sus antepasados, del mismo modo es bueno que quepa percibir en lo que escribe la filiación de los pensamientos que se han grabado en su alma. Mediante el juego de las lecturas escogidas y de la escritura asimilativa, debe poder formarse una identidad a través de la cual se lea toda una genealogía espiritual. En un coro hay voces altas, bajas y medias, timbres de hombres y de mujeres: «Ahí ninguna voz individual puede distinguirse; únicamente el conjunto se impone al oído (...). Otro tanto quiero que ocurra en nuestra alma, que disponga de una buena provisión de conocimientos, de preceptos, de ejemplos tomados de varias épocas, pero que converjan en una unidad». (Foucault 1999, 297)

Si no se trata de un yo o una voz individual sino de un cuerpo-alma que se constituye por esa multiplicidad de conocimientos y preceptos, en el ejercicio cotidiano, podemos entender la dificultad que tenemos hoy para practicar un modo de lectura que no se distrae con abstracciones sobre el futuro o el pasado, lo individual y lo colectivo, la teoría y la práctica. Porque evade todas esas dicotomías anudando de un modo justo la constitución de los saberes. La dificultad de habitar el tiempo presente es un desafío de cada época. También de la nuestra.

 

II. Meditaciones concretas

A partir de esta mínima reconstrucción propongo una tecnología simple, un dispositivo material que consiste en tres actos entrelazados: leer, meditar, escribir. Leer no es recabar información ni impresionarse con imágenes, sino detenerse en cada letra o enunciado para examinar si nos afecta de algún modo, cuál es su textura y relación con otros enunciados que nos han marcado, cuáles los blancos y ausencias. Meditar no es imaginar otras cosas ni vaciar el pensamiento, sino suspender por un momento la lectura, repasar y sopesar lo que acaba de ser leído, examinar cómo nos afecta e implica, en qué medida puede servirnos como ejercicio de transformación. Escribir no es resumir o expresarse, sino el ejercicio en que la lectura y la meditación toman cuerpo, se anudan, se fijan en algún punto y abren hacia otros posibles o prepara para lo real. No se puede establecer cuáles serán los insumos que requiere esta modesta tecnología, solo que la calidad de los mismos debe permitir el triple movimiento bajo un tempo propio. Componerse, hacerse un cuerpo, encarnar los enunciados, exige una temporalidad absolutamente singular. No es el tiempo de la demanda ni el de la postergación indefinida, sino el de la urgencia de vivir y transformarse para que, llegado el momento final, uno pueda decir: ¡He vivido!

Hace mucho tiempo también ejercito este modo de entender la práctica teórica, a través de la lectura, la escritura, la meditación y la prueba. Si hay un realismo filosófico que me interesa sostener, parte de experiencias reales, de la escritura de esas experiencias, y propone ejercicios acordes a ellas que se pueden rastrear en la tradición. Por último, entonces, propongo algunas meditaciones concretas para ejercitarse, seleccionadas de un repertorio más amplio que se inspira en los antiguos estoicos, pero también en algunos de los autores contemporáneos aquí trabajados. La apuesta de este escrito es revalorizar la escritura académica no solo como comunicación de un estado del saber, sino como ejercicio riguroso y libre de constitución de sí.

Sobre nuestro lugar en el mundo. Haz como si eso que haces, no importa su valor o magnitud, fuese a cambiar el mundo en verdad; o mejor: haz que eso que haces cotidianamente esté con un pie en este mundo y con otro en el nuevo mundo que imaginas deseable. Entonces, se producirá una torsión entre el lugar desde donde operas, y tomas los materiales necesarios, y ese otro lugar que deseas. Un cambio de terreno, la apertura de una nueva problemática, otro plano de existencia. Si se logra producir esa torsión singular, se reconcilian las figuras de la crítica, la utopía y la subversión en el mismo acto. Si ese modo de proceder se contagia, multiplica y potencia, otro mundo advendrá efectivamente. Más que discutir y refutar autores, tenemos que aprender a usarlos para encontrar nuestro lugar en el mundo y forzarlo hacia otra cosa. Ese es el ejercicio básico de un pensamiento materialista, sea su práctica política, teórica, ética, estética o ideológica.

Sobre el uso del lenguaje. Si las palabras no alcanzan para decir lo que sientes, quizá sea porque primero tienes que sentir las palabras. No usamos las palabras simplemente para expresar nuestros sentimientos, expresamos lo que sentimos porque somos seres de lenguaje; seres tramados por palabras, que afectan y son afectados, que pueden llegar a entender que son causa adecuada del afecto y su lenguaje. Por tanto, si tus palabras no pueden parar el mundo, para tus palabras: bájate de ellas y cámbialas. Y si no puedes cambiar al menos su sentido evidente, dirígete a ti mismo estas simples palabras: «Pienso donde no soy, soy donde no pienso». Si esta disyunción problemática entre el ser y el pensar, allí mismo, no te hace reencontrar el deseo de un decir verdadero que anude palabra, cuerpo, pensamiento, entonces ya no me hables de cambiar el mundo. Ni de nada.

Sobre el presente. Haz cada cosa que tengas que hacer o quieras hacer, producción, intervención o comunicación, como si fuese la última vez que la harás sobre la faz de la tierra, con ese ánimo, con esa actitud, con esa apertura y osadía. Porque nada te asegura que no sea en verdad la última. No hay garantías al respecto. Lo único que poseemos es el presente. Lo decisivo entonces no es convencer a los indecisos de tomar partido, sino poder tocar con un gesto cualquiera esa infinita potencia que se nos sustrae, antes que la pobreza más extrema —material y espiritual— nos convenza de que nunca estuvo en realidad a nuestro alcance.

Sobre la premura. Haz como si eso que tienes que hacer hoy debieras haberlo hecho hace mucho tiempo atrás, y ya han vencido todos los plazos. Demasiado tiempo ha pasado, siglos, milenios, eones, incluso la deuda y la culpa por no haberlo hecho en su momento han caducado: todos han muerto, la tierra se ha extinguido, y te encuentras en un planeta absolutamente extraño. Entonces, en lugar de procrastinar o hacerlo con la espada de Damocles sobre la cabeza, lo harás con soltura: con la gracia, la liviandad y el goce de aquel que dibujó el cangrejo en un solo trazo, luego que el Emperador accediera a todas sus demandas. Siempre ha sido así. La maestría en cualquier arte o práctica no se desarrolla en el tiempo de la demanda, la ganancia y la acumulación de saberes, sino, a pesar de eso, en la sustracción más absoluta de la gravedad que pesa sobre la tierra y los cuerpos, la velocidad infinita alcanzada en la repetición del acto: el vaciamiento y la distancia tomada. Es un ejercicio de imaginación materialista, latente en cualquier práctica, que habilita el trazo justo: el que se traza de su círculo sin poder contarse en él.

Sobre el conocimiento. No obstante, la variabilidad propia de la constitución humana, hay un modo del pensar en acto que no sigue género ni especie; considera lo absolutamente singular de cada cosa desde la perspectiva de la eternidad; y su práctica, más o menos rara e infrecuente, hace que excedamos nuestra condición finita, mortal, estulta por naturaleza. Si alguna vez has intuido un conocimiento así, si tienes una idea al respecto y el registro afectivo de la alegría que ha suscitado, entonces confíate a ellos lo más que puedas y actívalos recurrentemente, cual sea la experiencia que te toque pasar: eso te salvará de la desesperación y el patetismo ante la idea de la muerte. El problema no es la muerte en sí, sino el temor que nos suscita su idea. Como dice Epicuro: «La aprehensión correcta del hecho de que la muerte no es nada para nosotros convierte a la vida mortal en algo que puede disfrutarse, no añadiéndole un tiempo ilimitado, sino suprimiendo la apasionada añoranza de la inmortalidad. Pues no hay nada temible en la vida para la persona que está convencida de que no hay nada temible en no estar vivo» (Ep. Men. 124).

Sobre la naturaleza. Cuanto más conocemos las cosas singulares, más conocemos la naturaleza y más nos conocemos a nosotros mismos. Así, más podemos poner en su lugar las pasiones: activamos los afectos y constituimos un nudo virtuoso entre saber, poder y cuidado. Puede que al principio suceda de manera fugaz e intermitente, pero mientras más nos ejercitamos en este modo de conocer, lo transmitimos y compartimos, más prescindimos de las ambivalencias pulsionales, las fijaciones identitarias, la necesidad de dominio y las especializaciones o jerarquías de saber.

Sobre el último día. Convéncete de que este es el último día en que vivirás y organiza tu jornada como si fuese la vida entera: la mañana es la niñez, el mediodía y la siesta comprenden la adolescencia, la tarde el declinar de la adultez y la noche el arribo inminente de la vejez; por último, el momento de ir a dormir resume la entrada a la muerte. Delimita cada instante como si fuese un año entero, vívelo como una condensación de múltiples experiencias, viajes, enfermedades, nacimientos y muertes, contempla cada objeto como si fuese único, cada gesto como el último, una exhalación que va dejando el polvo que en breve serás. ¿Notas cómo se condensa de a poco todo el placer que te es posible, cómo el deseo se reduce al ser que eres y a lo que dispones a tu alrededor? ¿Qué más podrías necesitar, añorar o esperar, si el presente es todo lo que posees? ¿A quién quieres impresionar, qué reconocimiento buscas, qué modo de inscribirte en no sé qué eternidad si pronto habrás dejado de existir y ya nadie te recordará, ni quedará nadie en pie, si no hay más eternidad que la que se alcanza en el instante que comprendes eso justamente?

Sobre la muerte. Medita en la muerte no solo como posibilidad lógica —«todos vamos a morir»— o certeza ontológica —el «ser-para-la-muerte»—, ni como un mal pensamiento, pesimista o angustioso —«debo tener una enfermedad mortal»—; medita en la muerte como una realidad concreta: ponte en el lugar de alguien que está muriendo o va a morir de manera inminente. No te sitúes en abstracto sino en una sala de internación, intubado, con dificultad para respirar y mucho frío, incómodo y solo. Medita seriamente y cotidianamente en ello, porque la estupidez humana, la distracción permanente, las obligaciones diarias y las fugas hacia futuros improbables resultan más que apabullantes. Si no incorporas la muerte a tu vida, si no meditas en la muerte como ejercicio cotidiano, no podrás apreciar cada instante que se pierde ni cambiarás jamás tu forma de vida de ser necesario.

Sobre el suicidio. Observa tu vida en su conjunto, como si vinieras descendiendo desde un lugar muy alto y pudieras apreciar cada detalle del paisaje, cada momento, cada relación, cada hecho, hacia atrás y hacia adelante: los recuerdos, los aprendizajes, los tropiezos, las promesas, las posibilidades e imposibilidades. Considera cada goce y cada sufrimiento, cada momento de calma e intensidad. Contempla todo lo bueno, lo maravilloso y placentero, como también lo malo, el horror y los pesares. Haz el balance para saber si, considerándolo todo, abrazándolo todo, dirías: «sí, deseo o continuar», o «no, prefiero retirarme». Cada quien dispone de su vida como su único bien y, asimismo, tiene que poder entregarla rápidamente si ya no la desea. Vivir no puede ser una obligación o un sacrificio.

Sobre la escritura. No te distraigas con las valoraciones meridianas de la escritura, con tal o cual personaje idealizado, o vapuleado, con el alma que vaga inquieta sin encontrar su causa; no creas demasiado en las primeras impresiones, en los reflejos apresurados del fantasma que te hacen creer en un irremediable destino: la letra siempre resta por escribirse, no es ideal regulativo sino acto que insiste, que puede mejorarse acaso, si se despoja de todas la pretensiones y figuraciones antedichas. Y sí, por supuesto que existen los otros y nos afectan, pero no creas demasiado en sus valoraciones, ellos también sabrán apreciar la letra que llega siempre a destino. Y si no, ¡peor para ellos! Porque el destino es una orientación, una tendencia ineluctable, no un final anunciado.

Sobre los otros. El infierno son los otros, decía Sartre. Marco Aurelio presentaba tres ejercicios distintos para considerar a los otros, sin que ello nos distraiga de nuestros deberes para con el bien común ni del cuidado de sí. Toda otra opinión, sea vituperio o elogio, nos debe resultar indiferente.

(i) Cuando quieras alegrarte considera las virtudes de quienes viven contigo: la capacidad de trabajo de éste, la discreción de aquél, la liberalidad de un tercero; nada hay más enaltecedor que cultivar las virtudes y saber apreciarlas en los demás.

(ii) Cuando alguien se presente alardeando de su poder y superioridad, imagínatelo sacándose los mocos, comiendo como un cerdo, evacuando o copulando; nadie deja de hacer las cosas más pueriles por más encumbrada sea su posición.

(iii) Cuando los demás insistan en idealizar figuras históricas insignes, recuerda que por más grandes hayan sido están todos muertos, no se hallan en ninguna parte o se han transformado en otra cosa; nada ni nadie permanece eternamente y ya pronto todos seguiremos el mismo camino.

 

 

 

Referencias

Althusser, Louis. 2015. Iniciación a la filosofía para los no filósofos. Buenos Aires: Paidós.

Althusser, Louis. 2006. Para leer el capital. Buenos Aires: Siglo XXI.

Foucault, Michel. 1999. «La escritura de sí». En Estética, ética y hermenéutica, obras esenciales III, 289-306. Buenos Aires: Paidós.

Foucault, Michel. 2014. La hermenéutica del sujeto: curso en el Collège de France, 1981-1982. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Hadot, Pierre. 2013. La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio. Barcelona: Alpha Decay.

Spinoza, Baruch. 2014. Tratado teológico-político. Madrid: Alianza.

 

 

Notas

[1] Foucault insiste en la confusión habitual que suele atribuir muchas de las ideas, prácticas y ejercicios espirituales al cristianismo cuando en realidad provienen de la filosofía pagana (griega y romana), aunque enmarcados en fines y usos muy distintos. Por supuesto es algo que saben la mayoría de los especialistas en filosofía antigua, por ejemplo Snell en su maravilloso libro El descubrimiento del espíritu: «En cualquier caso, no es posible separar radicalmente la explicación racional de la iluminación religiosa, la enseñanza de la conversión, y entender el “descubrimiento del espíritu” como simple hallazgo y desarrollo de ideas filosóficas y científicas. Más bien, muchas de las contribuciones fundamentales de los griegos al desarrollo del pensamiento europeo se presentan bajo formas que, como se verá, solemos considerar más propias de la esfera de la religión que de la historia del pensamiento. Y así se hace oír la invitación a la conversión, la exigencia de volver a lo auténtico y esencial, la exhortación a buscar de nuevo; así, puede tener un tono casi profético la llamada a despertar que sacude a los que duermen, prisioneros del mundo exterior, si va acompañada de un tipo especial de conocimiento y, sobre todo, de una nueva profundidad en la dimensión espiritual. Sin embargo, de todo se habla aquí solo en tanto se refiere al proceso continuo de la toma de conciencia, que puede rastrearse a través de la historia de la Antigüedad» (Snell 2008, 10-1). Véase Snell, Bruno. 2008. El descubrimiento del espíritu: estudios sobre la génesis del pensamiento europeo en los griegos. Barcelona: Acantilado.

[2] He trabajado con la escritura de sí puntualmente en distintos textos en el marco de la revalorización de las prácticas de sí (2018; 2019; 2020). Por otra parte, actualmente no se encuentran demasiados trabajos que ahonden en el tema. Se puede citar un dossier reciente en la revista Theory Now (2020), que lo aborda desde la relación con la literatura, véase AA. VV. 2020. «Monográfico. La escritura de sí: una práctica etopoiética». Theory Now: Journal of literature, critique and thought 3, n.o 1. https://revistaseug.ugr.es/index.php/TNJ/issue/view/788. O el repaso general que hace Marina Aguilar Salinas, en revista Dorsal (2017, 219-44), véase Aguilar Salinas, Marina. 2017. «La práctica de la escritura en Foucault: literatura, locura, muerte y escritura de sí». Dorsal. Revista de Estudios Foucaultianos 2, 219-44. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6845670. Luego hay muchos trabajos que lo mencionan o describen en el contexto del último Foucault, por ejemplo, el excelente trabajo de Silvana Vignale (2014), pero no lo desarrollan ampliamente o no alcanzan a plantear un uso singular, véase Vignale, Silvana. 2014. «Políticas de la subjetividad: subjetivación, actitud crítica y ontología del presente en Michel Foucault». Tesis de doctorado, Universidad Nacional de Lanús, Argentina. http://www.repositoriojmr.unla.edu.ar/descarga/TE/DFilo/035009_Vignale.pdf

[3] Sería interesante confrontar con la lectura lacaniana de la escritura en el seminario XVII: «Lo dije y no lo olvido nunca: no hay metalenguaje. Toda lógica es falseada por partir del lenguaje-objeto. No hay metalenguaje pero lo escrito, que se fabrica con el lenguaje, tal vez pueda ser el material idóneo para que se transformen allí nuestras palabras» (Lacan 1992, 115). Véase Lacan, Jacques. 1992. El seminario de Jacques Lacan: Libro 17: El reverso del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

 

 

 

 

 

Biodata

Roque Farrán: Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador independiente del CONICET, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CONICET-Universidad Nacional de Córdoba). Se desempeña como docente de posgrado en distintas universidades. Dirige actualmente el Programa de Investigación «El giro práctico en el pensamiento contemporáneo» (CIECS-UNC-CONICET). Ha sido invitado a dar conferencias en varios países. Ha sido miembro del comité editorial de la Revista Nombres y en la actualidad lo es de Diferencias, Litura y Heterocronías. Ha publicado y editado numerosos libros, los últimos son: Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020), Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020), La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2021); Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! (La red editorial, 2021); Escribir, Escuchar, Transmitir: Crítica, Sujeto y Estado en Tiempos de Pandemia (El diván negro, 2021); El giro práctico: ejercicios de filosofía, ética y política en la coyuntura (CIECS, 2022); La filosofía como práctica (Paradiso, en prensa). Además de escribir en revistas especializadas, nacionales e internacionales, publica habitualmente en diversos medios digitales: La Tecla Eñe, Revista Ají, En el margen, Bordes. Ha formado parte de diversos proyectos y programas de investigación vinculados a sus áreas de estudio.

 

 

 

 

 

 

Revista nuestrAmérica, ISSN 0719-3092, editada en la ciudad de Concepción, Chile. Ediciones nuestrAmérica. Correo contacto@revistanuestramerica.cl